

La comunicación, el respeto, el amor, la conciencia, la paciencia, la tolerancia y la compasión, son algunos de los valores y las características de una buena relación.
Hace ya algunos años en alguna de las muchas terapias que he tomado, sucedió que una terapeuta me dijo que para que yo pudiera mantener en equilibrio mi espíritu y fortalecer mi paz interna, debía sembrar plantas, árboles y flores. Me dijo que tener un jardín sería espléndido para mi crecimiento interno. Debía cuidar lo que sembrara; regar, poner abono, transplantar, podar, quitar las hojas secas...en fin hacer todo lo que es necesario para que ese jardín luciera alegre y sano. Y que si en algún momento fuese indispensable quitar alguna hierba mala, o cortar alguna flor o arrancar alguna rama era obligatorio pedir permiso al jardín y manifestar perdón a la plantita intrusa si era necesario erradicarla. Es irrisorio, pero no saben cuánto me ayudó. Porque más que beneficiar a la planta me benefició a mí. Es como una práctica cotidiana de respeto, es un entrenamiento para desarrollar la conciencia. Para mí fue una forma de tener contacto con la vida vegetal y demostrarle mis sentimientos internos con un gran respeto y amor.

Se me ocurrió tiempo atrás y se lo he manifestado a mis pacientes, que lo mismo que sucede con los árboles y las plantas, pasa también con la comida.
Creo que no le hemos dado la solemnidad requerida al acto de nutrirnos. Pienso que que debemos reconciliarnos con la comida. Suena un poco extraño y tal vez si alguien ve semejante actitud de respeto ante los alimentos que vamos a tomar, pudiese creer que hemos perdido la razón. Sin embargo puede muy bien ser un acto interno más que externo, o sea que nadie tiene que notarlo. Tomarnos un tiempo para ponernos en contacto con todo aquello que vamos a llevarnos a la boca. Agradecer a la vida, a Dios y a la naturaleza la oportunidad de paladear cualquier cosa que nos corresponda en el momento. Observarlo detenidamente, olerlo, tomar los cubiertos, llevar cada bocadillo a la la boca, masticarlo, disfrutarlo y degustarlo. Sé que no hay mejor forma de lograr que cumpla su exacta función a menos de que hagamos esto. Brindarnos placer, satisfacción y plenitud esa es la función de la comida. Si el momento de alimentarnos se convirtiera en algo sagrado, muchos de los que deglutimos y deglutimos sin ni siquiera pensarlo podríamos tener más salud.
La comida es nuestra amiga, es la encargada de darnos no solo lo que nuestro cuerpo necesita para vivir, sino además el maravilloso placer del gusto. Sin importar qué clase de comida sea, merece respeto, sin embargo a medida que vamos haciendo conciencia de la importancia de los alimentos en nuestra vida, en esa misma medida nos volvemos más selectivos y de la misma forma y de una manera natural iremos equilibrando las cantidades. Es como un efecto en cascada, una cosa lleva a la otra. Si le dedicamos tiempo a pensar qué es lo que deseo proporcionarle a mi cuerpo, de qué calidad lo deseo, la cantidad que debo brindarle, luego de tenerlo en el plato, lo observo y me pongo en contacto con él, le agradezco a la vida y a Dios por permitirme tenerlo a mi disposición y por último le demuestro el respeto que merece, tarde o temprano recuperaré no solo mi peso, sino además la energía necesaria para hacer todo aquello que alguna vez soñé. Curiosamente muchas otras cosas más mejorarán en mi vida y en el resto de mis relaciones.
No debo nunca quejarme porque lo que puedo ingerir no sea necesariamente lo que deseo, debo ante todo mostrar una actitud de profundo agradecimiento por no pasar hambre. Lo más chistoso es que justamente entre más nos quejamos de que lo que comemos no nos satisface y no nos gusta, más sano, nutritivo y beneficioso es para nuestro cuerpo y para mantener nuestra salud y por lo tanto nuestra vida.
Liliana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario